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El caballo no era tan piquetero como dice la canción, más bien era un animal común y corriente en el que Esteban Salcedo López se desplazaba a la finca El Ceibal, herencia inmensa de los abuelos, en sus idas y venidas entre la estancia y el pueblo de Morroa.
El Ceibal es una finca inmensa, con una laguna donde los niños se bañaban y en la que pervive la infancia de Rubén Darío Salcedo Ruiz. Todo ese maravilloso paisaje del telar cultural de las sabanas, con sus arroyos frescos, sus pastizales y sus pájaros y palomas guarumeras se traduce plenamente en las canciones del Rey del Pasebol, ese hombre de figura pequeña y de ojos azules escurridizos que vive en Majagual volviéndose cada día una leyenda de la música, que se duerme en letargos de treinta años y que cuando se despierta descubre que sus canciones ya no pueden enfrentarse al gusto de un mundo frenético y fugaz cuya juventud corre alocada tras lo estridente y en una motocicleta parada en una sola llanta.
Cuando hizo “Fiesta en corraleja” su porro más celebrado, las cosas eran distintas y los músicos de las sabanas se aferraban con pasión a los mejores cánones de la música y como la de Alejo Durán, los acordioneros de la zona no se rajaban los dedos echando a correr las notas, dizque por ser más buenos.
“Allá va Esteban Salcedo, en su caballo piquetero”. Ya en el compositor había el prodigio de mezclar lo real con lo fantástico. El verso era el mejor homenaje a su padre, un hombre humilde, verseador de décimas que vendía las hamacas y los sombreros que su mujer, Juana Ruiz, una india farota, tejía en el telar casero para ayudar a los ingresos de la familia. Y Esteban Salcedo, en el porro de Los Corraleros de Majagual, dejó de ser aquel hombre humilde que iba en su caballo cansón, para viajar por el mundo en su “caballo piquetero” y bien aperado que se codeó desde entonces con los mejores jinetes de las fiestas del 20 de Enero de Sincelejo. El homenaje fue tan grande, que Esteban Salcedo está desde entonces a la altura de Juan Perna Maceo, Arturo Cumplido Sierra, Arturo García, entre otros célebres personajes de la vida real y de la musicología sabanera.
Aquel paisaje morroano está impreso en las melodías de los pasajes que grabó Alfredo Gutiérrez, sin proponérselo, pues en el tema “Palmitas testarudas”, que llevó al acetato su hermano Emiro Salcedo y después Luis Enrique Martínez, es donde trata de interpretar el recuerdo paisajístico de la infancia.
Rubén Darío recuerda con fuerza el paisaje, la laguna (El pozo perdido) de donde sustraían el agua para los quehaceres de la vivienda y sobre todo las cinco corozas, inmensas matas de corozos apretujadas, imperecederas, en cuyo interior se anidaban toda suerte de animales. La finca dejó de pertenecer a la familia por un descuido, pero aún conserva intactos sus recuerdos. Por el camino que conduce a Morroa va un viejo en su caballo piquetero, cantando versos endecasilabos impregnados de gracia y armonía.
MORROA.
Rubén Darío Salcedo nació en Morroa, uno de los pueblos de Sucre con mayor influencia indígena, en donde los telares en las casas de palma son como una impronta ancestral, donde las mujeres tejen hamacas, mientras el hombre que labra la tierra y trabaja en diferentes oficios, interpreta los instrumentos terrígenos como la gaita cabeza e cera o el pito atravesado, con gran maestría.
El que sus padres lo trasladaran a los treinta días de nacido a Sincelejo, donde fue bautizado, no impidió que el telar en que había visto la luz del mundo por primera vez le marcara su vida de poeta al cantor. Su vena poética es inmensa, de tal suerte que su accionar en la música de las sabanas, con 400 canciones hechas, de ellas 200 éxitos nacionales, no la recogía del suelo. En la familia hay una gran tradición musical. Su padre, cuando viajaba en su caballo piquetero iba cantando décimas, su madre cuando tejía bailaba y cuando bailaba cantaba. Sus parientes Pedro Martínez Salcedo y Efraían Sabas Méndez Salcedo, son reconocidos compositores. Crecencio Salcedo, quien muriera en el más escalofriante abandono, una de las leyendas de la música colombiana, era su tío. De modo que no le faltó gracia en su sangre ni empuje en la realidad, pues su padre le corregía los primeros versos. Su abuelo, el dueño de la finca, también verseaba.
Rubén Darío surgió por la fuerza de su música, que supo imponerse sobre su timidez de primera mano, que le cerraba puertas. Sumiso, cordial a la amistad, leal, Rubén Darío una vez cedió su acordéon a su hermano Emiro, entonces se dedicó a tocarle la guacharaca y al canto. Lo salvó del olvido el verso fino, pues su hermano lo aventajó tanto que llegó a tocar tres veces más que él, pero eso no le impidió ser grande. Hoy Emiro, célebre algún tiempo con la canción Elvia María, que grabara con Juan Jiménez, ha encontrado en el acordeón su modus vivendi, mientras Rubén ha sido catalogado de Maestro.
Como su padre, Rubén Darío, a diferencia de tantos juglares nuestros, que tienen hijos regados por todos los pueblos, sólo tuvo retoños en casa. Seis en total. Estuvo alguna vez indagando, pero nada, el viejo no es que hubiese sido fósforo guacamayo, pero no encontró hermanos por allí extraviados.
AQUELLA VIOLINA.
Para hacer negocios no han llegado personajes más habilidosos a nuestra provincia que los mal denominados turcos de hablado enredado. Ellos compran una gallina flaca y la venden gorda. Pocas veces se van en blanco en los negocios, salvo que un indio malicioso les venda una mula coja sin bajarse de ella, pues, de dejarla detener, se le saldrán los huesos de la mano delantera.
A los ocho años, a Rubén Darío Salcedo le había llegado a sus manos una violina que tocaba como un encantador de serpientes y lo hacía con tanta perfección que un Turco del mercado se enamoró del instrumento. El turco aspiraba a ser ciclista y olfateó el negocio. Salcedo tenía una bicicleta Rally, hermosa, y el turco tenía una acordeón Honner, negra, cuadrada, de dos teclados, que sólo le servía de estorbo. Pensó en que Salcedo no necesitaba una violina, sino un acordeón. Allí estaba el negocio. El cambio fue pelo a pelo.
Hoy, tantos años después, acariciando aquel acordeón legendario- que ni sabe cómo no ha desaparecido en medio de los chécheres viejos de la casa- Rubén Darío Salcedo piensa si en realidad el “Turco” se rajó en el negocio o simplemente quiso ayudarlo en su accionar musical. Lo cierto es que Rubén Darío se convirtió en uno de los músicos insignias de la sabana y el Turco no llegó a ser ciclista.
-�Quién salió ganando?, Es la pregunta.
- Yo, dice Rubén Darío, con picardía.
Es una broma. Rubén es un hombre agradecido, sencillo, poco engreído de su fama. El Turco está vivo todavía y siempre que se encuentran recuerdan la anécdota.
Con ese acordioncito cuadrada de dos teclados Rubén Darío, de ocho años, se embarcaba en uno de los dos buses que tenía Sincelejo, los cuales salían del mercado viejo, hacían su recorrido por toda la ciudad en ciernes, llevando pasajeros, bultos, razones de boca y todo lo que conllevaba ser la chiva de los pobres. La manejaba Gilberto Copete, amigo de la familia, quien le permitía al muchacho ocupar la última banca, la de los músicos, donde el acordeonero improvisaba algunas canciones. Los pasajeros, más por piedad que por diversión, cuando abandonaban el bus por la puerta de atrás, le dejaban caer un centavo.
Era la labor de todo el día, desde las ocho de la mañana y aquel acordeón precoz daba vueltas y vueltas por la ciudad. El bus tenía su estación en el corregimiento de La Gallera, donde era el almuerzo, que compartía con el ayudante. Por la tarde, unos 40 centavos iban a la casa del padre. Con ello su madre lo abastecía de ropas.
Recuerda Rubén Darío que su clientela era respetuosa de su arte, pero no faltaban los personajes de doble sentido que le pedían “ey niño, tócame la paloma”
Los músicos de moda eran Andrés Landero y Calixto Ochoa y los temas que se sabía eran La Muerte de Eduardo Lora, Lirio Rojo, El niño inteligente, entre otros.
El maestro recuerda con agradecimiento aquella época errante, porque los pasajeros le daban sus centavos y le dejaban aprender su arte.
En el colegio Rubén Darío fue un niño distante de las buenas notas, pésimo para las matemáticas, pero bueno con la lectura. Leía a Cervantes, a Gabriel García Márquez y algunos otros clásicos, mientras viajaba en el último puesto de la Chiva de Gilberto Copete. Sólo llegó a tercero de bachillerato, después de haber pasado por el Liceo Sabanas y el Colegio Antonio Lenis. Así como había un reposo para el almuerzo, el artista sólo daba tregua a su lira para irse de leva con sus amigos.
NIÑO PRODIGIO
Las tierras de sabanas, cuyos hombres, prósperos comerciantes que construían bancos avanzados y ganaderos cuidadosos de sus rebaños, veía nacer niños prodigios, verdaderas carasucias, que como Alfredo Gutiérrez se erguían desde el anonimato, como adalides del futuro.
Mientras Virgilio Barrera, a los 11 años era el guacharaquero de Alejandro Durán y de Los Corraleros de Majagual; mientras Alfredo Gutiérrez, con su acordeón bajo el brazo amenizaba en las corralejas, mientras le pedía a Calixto Ochoa un cupo para grabar , Rubén Darío Salcedo, a los 9, tenía que sacar el acordeón a escondidas de su casa, metida en un costal rústico, para irse de giras con Juan Cachete, un fornido nativo de San Onofre, a quien le decían el azote de los cajeros. Con este personaje, primer cajero que manda en un conjunto de acordeón, formó su primer grupo oficialmente. El conjunto lo completaban Nando Pérez, en la guacharaca y Marciano Torres, quien era famoso con la canción de la Piscinga (manuela tiene una Piscinga ),que tocaba la timba, recuerda.
Juan Cachete contrataba los toques, que se hacían en las corralejas, cobraba y distribuía las entradas.
Juana Ruiz odiaba, y con razón, a Juan Chachete, porque se llevaba a Rubén sin consentimiento familiar, entonces lo sonsacaba de la casa, casi lo raptaba. Las giras a veces se extendían hasta por 20 días.
En cierta ocasión, la madre, después de buscarlo por varios pueblos, los encontró tocando una parranda en San Onofre, donde, luego de arrebatarle el acordeón, le pegó una zunga y se vino para Sincelejo a pata limpia, atravesando de paja en paja, porque no existía carretera formal.
En una de esas giras, que los llevó a las corralejas de Marialabaja, Rubén Darío, hizo la que sería su primera canción, que como la primera novia en olvidos, jamás fue grabada. Se la hizo a la hija de un ganadero que los había contratado para una parranda. Era una morenita muy bonita que se sonreía mucho con el novel acordeonero. Se llamaba Rina Berrío
Rina Berrío
de mi corazón
Con mucho gusto te cantaré
Esta canción de mi inspiración
Que ha nacido dentro de mí
Y te la dedica Rubén Darío.
Así, más o menos decían aquellos versos, hoy un poco borrosos en la memoria. Después, a los 18 años, ya crecididito, volvió a Marialabaja. Rina ya era una mujer comprometida y con hijos. Sólo fue una ilusión plasmada en una canción.
A los 18, las giras se fueron extendiendo por pueblos y veredas más lejanas.
LA COLEGIALA.
La Colegiala fue real. Ocurrió hacia el año 1.964. Por ser una mujer casada, Rubén prefiere omitir su nombre. Ella estudiaba en La Normal de Señoritas y estaba tan enamorado que se hurtaba las llaves de un carro de su hermano, para llevarla y recogerla en el colegio. Estaba dispuesto a casarse con ella, porque aparte de hermosa, era distinguida y de buena familia. Sin embargo, cuando él le propuso que la visitaría oficialmente, ella le dio la clave de su canción. “No quiero que vayas a mi casa y te vean mis padres porque se ofenden”.
El lo único que tenía era su corazón amoroso, honrado. “Será porque soy pobre y que solo vivo es de mi trabajo”, pensó.
Ella se casó con un joven de su clase y él se acongojó tanto que nisiquiera indagó quien había sido el que libara en su fiesta el vino. Le quedó la canción, una de las más celebradas de su repertorio, grabada inicialmente por él mismo con Alfredo Gutiérrez, pero sin que llamara la atención. La Colegiala tomó su dimensión cuando su compadre Julio de La Ossa, rey vallenato y sabanero se la grabó, convirtiéndose en todo un exitazo. Habían pasado tres años de la primera versión.
Salcedo tenía muy pocas posibilidades de casarse con la colegiala, en esas todavía andaba con las abarcas rotas y el acordeonero de entonces era considerado un personaje de bajo perfil social. Su amigo Alfredo Gutiérrez todavía no tenía éxito.
Pero llegó una época en que los temas que le llegaban a la cabeza a este hombre de estatura pequeña de apariencia tímida, le llegaron por torrentes. Fiesta en Corraleja, Cabellos Largos, Ojos Indios, Ojos Verdes, Ay Helena, Manizaleña, Amor de Adolescente y tantas otras, que marcaron toda una época en la música de las sabanas. Rubén Darío Salcedo se convirtió en el compositor de cabecera de Alfredo Gutiérrez, que se abría paso entre los más grandes.
La catarata de canciones sobre los atributos de las mujeres se vino en fila india. Se inspiraba en las mujeres y en sus partes más notables, ojos, cabellos, pero también cuando el corazón era férreo, con lo que nació “Corazón de acero, porque eres así, tienes alma de indio guerrero, pero te quiero así”
Después el corazón se ablandaba y nació corazón sensible. Su éxito era tal, que se convirtió en un compositor por encargo, que tuvo que hacer tangos, boleros y toda clase de música, a petición de la casa disquera que lo contrató en exclusividad. En esa exclusividad con discos Fuentes, tuvo que ver Alfredo Gutiérrez, quien le grabó por lo menos 80 éxitos. No había trabajo del Rebelde que no llevase por lo menos dos temas de Salcedo.
NACIO UN NUEVO AIRE.
En Sincelejo habían nacido Los Corraleros de Majagual y diversas figuras que en los años sesenta se habían apoderado de un gran movimiento cultural que se esparcía bullicioso por la placita de Majagual, en cuyos alrededores se hospedaba una pléyade de músicos enormes que compartían sus inventos.
En el barrio La Caraúta, donde residía la famosa, Juana Montes, tía de Danuil y protagonista estelar o amuletaje de los saludos de Alfredo Gutiérrez, se reunían las figuras del momento. La llegada de Alvaro Arango, gerente de Codiscos a Sincelejo, era todo un acontecimiento. El promotor venía a unos rituales musicales enormes, una especie de simposio de la composición. La casa de Juana Montes se llenaba de compositores, que se habían preparado mese antes para mostrar su repertorio. Alfredo Gutiérrez, que ya estaba pegando, era el jurado al lado del doctor Arango. Los compositores aglomerados, como quien busca empleo, iban pasando a una sala, cantaban a capela sus temas y salían. La competencia era durísima, por la calidad existente en la región, que era epicentro de un gran emporio musical. Afuera, a la sombra de los almendros, esperaban con expectativa la decisión.
Tímido para entrar a las situaciones de primera, Rubén Darío fue uno de los últimos en asomarse a aquel especie de simposio de compositores y cuando vio el grupo se asustó y dio vuelta en su bicicleta para regresarse, pero su amigo Danuil Montes, que era una especie de anfitrión, lo detuvo. Salcedo pensaba que sus canciones tristes, especie de poemas, sería risible para el doctor. Además, había en el lugar, buenos compositores cantando cosas bonitas, pensaba.
Invitado a la sala, Salcedo cantó Fiesta en Corralejas y después Amor de Adolescente, para combinar las cosas y se dispuso a esperar el golpe, la descalificación, por lo menos. El susto fue más grande cuando el Doctor Arango llamó a Alfredo Gutiérrez al patio para conversar aparte. Salcedo preparó mentalmente la excusa. “Usted perdone, doctor, por estas canciones tan tristes”.
Arango ordenó a Salcedo que le repitiera Amor de Adolescente. Algo le había llamado la atención. No era paseo, no era bolero. �Qué era? Salcedo se aprestó a explicarle antes de que se lo solicitaran. “ Mire, doctor, me perdona. Esta es una mezcla que yo inventé, pero el ritmo se le da es con las palmas, así...”
Rubén Darío le explicó que era como un danzón, especie de clave cubana. No en vano era amante de la música de la Sonora Matancera. Esa tarde se le echó el agua bautismal a uno de los ritmos que más identifica a las sabanas: El pasebol.Un maridaje del paseo con el bolero.
Alfredo Gutiérrez, viendo la pena de Salcedo, le aconsejó que lo cantara con la boca, tarareándole los versos y los arreglos a la vez y así lo hizo. Esa misma tarde firmaron un contrato de exclusividad.
En el apoyo a esa criatura musical, Gutiérrez, hombre habilidoso y disciplinado tuvo mucho que ver. Se encerraba horas en una habitación con Salcedo, a expensas de que los catalogaran como raros, en un verdadero laboratorio de música con excelentes resultados. Y los empresarios de Medellín estaban tan convencidos de la importancia de aquella alianza, que le apartaban habitaciones al par de amigos, para que crearan sus temas. Alfredo Gutiérrez por lo regular no arregla sus temas previamente, porque es sumamente habilidoso para captar las ideas y es capaz de improvisar las cosas a la perfección en un estudio de grabación, haciendo en un dos por tres éxitos como Las dos Mujeres.
Cuando no era en los hoteles, se reunían en la residencia de Calixto Ochoa, ubicada en el barrio Majagual. Era una inmensa casa de palma, rodeada por una finca con ganado y corrales de bareta. Calixto se caracteriza por el pulimento perfecto de sus temas, previamente a la grabación. Lo mismo hacía Lisandro Meza, otro de los que iniciaron Los Corraleros de Majagual.
Salcedo dice que el nombre de Los Corraleros provino del ambiente en el que se armaban los temas. La casa de Calixto quedaba en el barrio Majagual y estaba rodeada de corrales de ganado, para hacerle honor a un pueblo ganadero por excelencia. Inicialmente el nombre era, de los corrales de Majagual. Toño Fuentes lo pasó a Corraleros, por ser más sonoro y así los registró, como una agrupación de Discos Fuentes.
Salcedo no fue bastión en Los Corraleros, pero hizo parte de la agrupación como cantante y corista, llamado por Alfredo Gutiérrez. Después hizo parte de Los Caporales del Magdalena, una agrupación que surgía en competencia de la otra, pero de una manera muy leal y sana. En las haciendas Los Caporales son los jefes de los Corraleros y allí ya se sustentaba una piqueria. Así de simple era, en el lenguaje ganadero.
DE LA TEMATICA
Lo que más ha hecho Rubén Darío han sido paseboles y en ellos gastó su mayor temática, hoy ya casi agotada. Sus canciones las hace sobre la guitarra.
Salcedo entrecierra los ojos y despierta 30 años después de sus mejores éxitos, entonces se descubre sin temática y ante un mundo frenético que marcha a una velocidad de a mil por hora, donde le parece, como en aquella vez que temía ir al simposio de compositores, que sus canciones son tristes.
Ya no podrá cantarles a una colegiala, porque esa época pasó, tampoco a unos lindos ojos verdes, ni al cabello largo, menos al corazón de acero.
Su temática se agotó, lo sabe, sus 400 canciones la contienen, encierran las cosas a lo que debía cantarle. Ahora, con la ayuda de su mujer, busca más a Dios, al porro extraviado entre tanto grito vallenato. En los últimos meses la musa ha vuelto. Le hizo un disco al porro, titulado “El Rey Porro”, donde lo elogia, le dice que ha pasado fronteras, que es bello, pero que la juventud oye otras cosas y de esas se enamora.
También hizo otra, titulada “El niño diferente”, temática muy de moda y de tipo social.
Sabe que las canciones de hoy no cantan, sino que hablan y corren, en una fiebre tenebrosa, de un mundo que marcha rapidísmo a un abismo cruel.
... Y en medio de esta situación, no faltan colegas que le pidan canciones para robárselas, como alguno muy cercano, que se llevó diez, se hurtó nueve y después le mando cien mil pesos y un piano viejo
Gran aporte este de mi gran amigo: Alfonso Hamburguer, ya pronto vendra una buena recopilacion de las composiciones del maestro ruben dario salcedo.
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